miércoles, 27 de febrero de 2008

Julito Cabello: Comprensión del medio chicloso


Lo que viene es una cata de chicles. Es decir, una magnífica investigación del profesor Cabello (o sea, yo) para saber más del pegajoso universo de los chicles rosados.


La vida de un niño es dura y por eso todo esto partió con un duro problema: la muerte de mi chicle favorito, Jason. Cuando volví de vacaciones él estaba donde siempre, bajo mi silla del colegio, pero esta vez fue imposible volver a masticarlo. Snif.


Estaba tan fósil y jurásico que no volvió de su hibernación. Hasta lo puse en el microondas, pero se convirtió en una mancha caliente (MUY caliente). Y eso que se llamaba Jason porque siempre volvía del más allá, como el de “Martes 13”, la película.


¡¡¡Extraño a mi chicle!!! Pero bueno. Basta de sentimentalismos. Soy un profesional del mastique y necesitaba reemplazarlo ya mismo. Por eso tomé una luca —que era para la colación— y me fui a la esquina a comprar chicles con el Aarón. Para hacer un casting tipo “Rojo” (aunque los chicles eran rosados). El primer requisito era que fueran de fruta, porque los de menta me parecen pasta de dientes (y la pasta de dientes de fruta parece chicle). Me compré un Grosso, un Bubbliss, un Dos en Uno, un Freshen up, un Miti miti y un Hubba Bubba, que es un rollo gigante de chicle.


Como el Aarón quizo medirlo, y como afuera decía en inglés que medía seis pies, el bruto lo piso a pata pelada seis veces y el Hubba Bubba quedó tóxico-termonuclear. Apenas salvé un pedazo sin olor. Y nos pusimos a masticar. El primer chicle duró cuatro minutos con sabor. Otro cinco. Otros dos duraron seis, hasta que se pusieron fomes. Los que más duraron fueron el Miti miti y el Bubababupatadeaaronbubapuf (algo así): seis y medio. Después nos pusimos a hacer globos, y nos dimos cuenta que mientras menos sabor tenga el chicle, mejor sale el globo.


Somos genios, ¿no? Y como este descubrimiento —creímos con el Aarón— nos hará ganar un Premio Nobel alguna vez, nos olvidamos del dolor de mandíbula que nos duró como dos días. Todavía no me puedo ni reír. Jo. Ay.

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